viernes, 28 de diciembre de 2007

En algún lugar de Oriente donde la vida se olvido de pasar

¡Ayer la mataron! decían, gritaban unos más locos otros mas sordos y otros que solo supieron llorar, la mataron en un país de hombres, donde los soldados están disfrazados de gente, de niños dispuestos a matar. Las calles se quedan vacías, están acabando con la humanidad, en una de las aceras partidas vive aquella mujer mutilada, tapa su rostro con el sucio velo que rodea su cabeza. El humo esconde la ciudad, lo que queda de ella, todos se arrastran como culebras por el asfalto, aquel hombre pálido y huesudo se restriega de dolor, ha encontrado lo que buscaba, allí se encuentra tendido sobre la alfombra roja, no le sale la voz es como si se la hubiera tragado o no tuviera nada más que decir ante todo este genocidio de amor.
Y van cayendo los días, el cielo permanece abierto, gris, nublado, enfermo, saturado de tantas almas repentinas, llueve metralleta, pequeñas luces que se inmolan ante el mundo, la gran fiesta del siglo que inunda la ciudad, las mujeres lloran, los hombres disparan y los niños se esconden tras las faldas de sus madres.
Entre los escombros de una casa cerca de la última cafetería que sobrevive a duras penas, esta sentado un viejo arrugado que murmura entre dientes, esta rezando, cantando una oración que nadie escucha ni si quiera el mismo, una lucha a vida que siempre acaba en muerte, como el pueblo en el que vive y que han hecho desaparecer para siempre.

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