La madre de Pedro y su dulce voz de gorrión desafinado

Los años pasaron como pasan los días, los trenes, los pájaros, la vida, y la madre de Pedro comenzó hacerse vieja, ya no planchaba los pomposos vestidos de cabaret si no que alisaba las nuevas arrugas de su piel. Su pelo largo y sedoso se había convertido en una maraña de pelo cano que alborotaba sus sentidos, y ella lloraba no por hacerse vieja, ni si quiera por no entrar en los estrechos vestidos apretados de teatro, lloraba por que su voz rota, desafinada y estropeada se había transformado en una dulce voz de mazapán. Nunca volvió actuar, la llamaron de los mejores sitios, de cada rincón del planeta, pero ella nunca volvió a cantar.
Ahora se pasa los días, de lunes a viernes, encerrada en su habitación, entonando la voz, intentando recuperar lo que un día fue, cada mes le traen los mejores limones de la ciudad y los exprime en agua, luego bebe un poco y seca sus labios mojados con un pequeño pañuelo de seda que vive en su bolsillo desde entonces .
Pedro, es un niño de esos que se manchan las rodillas en el parque, de los que vuelven a casa echo un pincel, y de los que se tapa los oídos con las palmas de las manos sin dejar de sonreír admirándola en su esplendor tras la puerta todas las noches de lunes a viernes por que los sábados ella siempre sale a preparar tostadas con aceite crudo y un poquito de ajo restregando el pan tierno de la mañana.
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