sábado, 30 de mayo de 2009

Un mundo flotante (1 parte)



En cuanto supiera como enfrentarse a la sombra del espejo, no dudaría en abandonar
definitivamente la habitación, pero hasta entonces sabía que le esperaba un largo tiempo dentro de aquel lugar. Incluso le comenzaba a resultar acogedor, como el nuevo mundo, aquel que le habían enseñado a querer sin saber muy bien que significaba exactamente. Supongo que borraron su memoria una fácil elección para quien nunca supo pensar por si misma.
Ella tiene los ojos verdes y grandes, una mirada que nadie ha visto, encerrada en aquel lugar desde que nació, debió ser hace mucho tiempo, tanto que le cuesta volver a recordar como era cuando supo por primera vez que existía, siempre ha estado encerrada en aquel cajón gigante, o eso creía ella, lleno de muros que solo le dejan ver un mundo a rayas tras esa ventana diminuta. Ella tiene unos zapatos que le quedan grandes, pero solo se los pone cuando la humedad viene a visitarla de noche, no quiere encerrar sus pasos, sabe que un día saldrá de la habitación y tiene que estar preparada para caminar, sabe que cuando comience hacerlo no volverá a detenerse, por eso solo se pone los zapatos cuando sus dedos entumecidos se quejan del frío. Ella tiene un lápiz, gastado y sin punta, pero no deja de escribir, tiene un cuaderno que se muere de hambre y se alimenta de sus propias palabras, por eso cierra los ojos y repasa cada mañana todo lo que escribió anoche para que se queden archivadas las oraciones en su memoria, sabe que algún día cuando se encuentre muy lejos de aquí podrá comprar todos los cuadernos que quiera, grandes, pequeños, de colores a rayas cuadriculados, de pasta dura y con unas anillas gruesas que sujeten bien cada palabra escrita, solo cuando supiera como enfrentarse a la sombra del espejo podría realizar todo aquello que siempre soñó. Ella está triste, por eso está llorando, sus lágrimas le escuecen, los pequeños latigazos de su cara le duelen por el agua salada, pero esta triste y necesita llorar. Han apagado las luces no las del cielo si no las de la habitación, todo ha quedado en la penumbra, en una gran sombra que asusta hasta la oscuridad, está sentada en la cama, en un viejo colchón deshilachado y sucio, los pies le cuelgan y se balancean como un péndulo que solo sabe contar el tiempo, ella se siente extraña, su piel está mutando, su pelo le cubre la espalda y abraza su cuerpo, todo está cambiando incluso la sombra del espejo
Hoy ha visto a Pablo, ha venido a visitar a su tío, hace tiempo que esta enfermo, pero sabe que Pablo viene cada semana a verla a ella, trae los zapatos relucientes al igual que su pelo repeinado, huele a colonia, a niño limpio, su tío se está muriendo, tras el sucio cristal que les comunica tose sin parar, un estruendo tan grande que deja sorda la habitación. Pablo trae un cuaderno de hojas rayadas, sabe que a ella le gusta escribir y que ella solo tiene un cuaderno que hace tiempo ha llenado. La mira de reojo, mientras su tío le cuenta alguna batalla de cuando era joven, se repite constantemente, está perdiendo la memoria, lleva demasiados días encerrado y la tos esta acabando con su vida. Pablo sonríe y arruga alguna que otra hoja del cuaderno con sus dedos nerviosos, no puede dejar de mirarla. Suena la sirena, se acabó la visita, todos se despiden, besan los cristales y pegan su mano para sentirse cerca los unos de los otros, algunos lloran, otros se marchan entumecidos y algún que otro lamento despierta el silencio de la habitación. Pablo sigue sentado en la silla, sabe que al final acabarán por reñirle pero no le importa, solo quiere despedirse de ella mientras la ve alejarse con el rostro oculto tras su largo pelo, Pablo no sabe que ella ya no puede verle.