lunes, 31 de diciembre de 2007

La madre de Pedro y su dulce voz de gorrión desafinado

Era Pedro, un niño, de esos que se manchan las rodillas en el parque, de los que vuelven a casa echo un pincel, como diría su madre, la que vive encerrada en su habitación de lunes a viernes por que los sábados siempre sale a preparar tostadas con aceite crudo y un poquito de ajo restregando el pan tierno de la mañana. Dice que tiene preparada una sorpresa que por eso apenas ve la luz del sol, pero cuando llega el fin de semana aprovecha para estirar sus viejos huesos. Cuando era joven, la madre de Pedro, viajaba por todo el mundo actuando, era una estrella de cartel, aunque ella siempre soñaba con ser una del cielo, gente de todos los lugares se acercaba a verla, y es que la madre de Pedro tenía algo especial cuando salía tras el gran telón de teatro. Pero ella no lo sabía, ignoraba cual era aquel don tan maravilloso que hipnotizaba al público todas las noches de función. Y ella cantaba, como un gorrión desafinado, cantaba bien alto y se crecía en el escenario, su voz ahuyentaba las paredes de los palcos y los asientos de Platea se estremecían de dolor al oírla cantar. Y todos los allí presentes se tapaban los oídos con las palmas de las manos sin dejar de sonreír admirándola en su esplendor.
Los años pasaron como pasan los días, los trenes, los pájaros, la vida, y la madre de Pedro comenzó hacerse vieja, ya no planchaba los pomposos vestidos de cabaret si no que alisaba las nuevas arrugas de su piel. Su pelo largo y sedoso se había convertido en una maraña de pelo cano que alborotaba sus sentidos, y ella lloraba no por hacerse vieja, ni si quiera por no entrar en los estrechos vestidos apretados de teatro, lloraba por que su voz rota, desafinada y estropeada se había transformado en una dulce voz de mazapán. Nunca volvió actuar, la llamaron de los mejores sitios, de cada rincón del planeta, pero ella nunca volvió a cantar.
Ahora se pasa los días, de lunes a viernes, encerrada en su habitación, entonando la voz, intentando recuperar lo que un día fue, cada mes le traen los mejores limones de la ciudad y los exprime en agua, luego bebe un poco y seca sus labios mojados con un pequeño pañuelo de seda que vive en su bolsillo desde entonces .
Pedro, es un niño de esos que se manchan las rodillas en el parque, de los que vuelven a casa echo un pincel, y de los que se tapa los oídos con las palmas de las manos sin dejar de sonreír admirándola en su esplendor tras la puerta todas las noches de lunes a viernes por que los sábados ella siempre sale a preparar tostadas con aceite crudo y un poquito de ajo restregando el pan tierno de la mañana.