lunes, 25 de julio de 2011

Están lloviendo soles (la niña de la lluvia)


Lo tenía todo pensado, bueno casi todo, y aquello que no pensó se convirtió en la elección de su vida. La niña de la lluvia atraía las tormentas, pero a diferencia de lo que pensaba el mundo, las tormentas no son seres enfadados con el cielo, si no que su estruendo hace despertar las ideas, los miedos y el amor. Aquella noche estaban lloviendo soles y mojaron su pelo de luz también salpicó al tiempo y este no paro de crecer y crecer. La niña de la lluvia miraba hacia arriba siguiendo el rumbo de una deriva suelta y confiada. La tierra se hace grande, se llena de inmensidad, una diminuta sensación comparando con lo que siente él, mi corazón, dice. Ella cuenta que allí nunca llueve, bueno casi nunca, y cuando lo hace siguen lloviendo soles, pero dice que muchos de los que la visitan no la creen y ella piensa que solo son unos ciegos con pocas ganas de ver, al fin y al cabo cada uno toma sus propias decisiones y eso hace que seamos únicos y especiales. Ella mira de reojo con la mirada abierta a todo, es un mundo maravilloso donde las tragedias crecen con elegancia y nos hace grandes ante lo más pequeño. Todo pasa y se almacena, justo en un rincón de su cuerpo, ataca ferozmente a su mente, a ese libre pensamiento que vuela junto con los pájaros de su cabeza. En el final de la tierra, justo donde nace el horizonte, la niña de la lluvia se enreda entre sueños, a veces sus piernas vuelan contra las olas del viento y sonríe entre el murmullo de su boca.
Es cierto, piensa, que el mundo se pone feo si no le tocan, y ella lo envuelve, lo piensa, lo cambia, lo transforma como el gran hecho que pone fin a la desgracia. El tiempo envuelve sus manos, como un abrigo lleno de verano, la niña de la lluvia corre junto a ella se tropieza y llega a la hora, el tiempo miente, es un mar de flores, pero esta tarde siguen lloviendo soles y mojan su pelo de luz.