lunes, 1 de junio de 2009

Un mundo flotante (2 parte)


-No sé si quiero comprometerme, hace tiempo que estamos juntos pero el compromiso es algo demasiado serio, todo lo alegre se marchita, las cosas toman un color sepia como si aquello que vivimos estando unidos y felices se convirtiera en un constante recuerdo, y yo no quiero que a nosotros nos suceda eso- Ella esta desconcertada, algo irritada y escupiendo su monólogo como si fuera un secreto que necesita salir de su boca- además tu pronto te marcharás de nuevo con tu tío de viaje y yo me quedaré sola y comprometida, ¿No te das cuenta de que no tiene ningún sentido?
El esta mirando por la ventana, apenas parpadea, su rostro está serio, no se mueve, no expresa nada, solo escucha las palabras que Noah le dice, el sabe que ella la quiere, que lo desea por las noches cuando se abrazan, pero no es suficiente, necesita que quede impreso en un papel todo el amor que ella le tiene, que la relación quede marcada para siempre, como cuando escribían sus nombres en los árboles, o grababan sus iniciales en la orilla del mar hasta que alguna ola las hiciera suyas.
Cuando se conocieron el andaba con dolores de espalda, apenas recordaba su nombre, consecuencia que le produjo una afasia. Fue en una tarde de parque cuando estaba sentado en un banco frente al jardín con el periódico entre las manos, como todas las mañanas desde que tenía uso de razón, leyendo las crónicas sociales, aquel día bombardearon uno de los pocos países que aún seguían en pié,se le nublaron los ojos, el sol se convirtió en una esfera negra y todo se transformó en una niebla oscura que acabó postrándose sobre su cerebro, sus manos cayeron sobre sus piernas y se tambaleó unos instantes antes de que su cabeza chocara contra el suelo.
Noah adora las flores, absolutamente todas, desde la más marchita hasta la nueva semilla que aún está por florecer, cada día agarra su bastón de madera tallada y baja las ciento ocho escaleras que suman hasta el cuarto piso en el que vive. Hoy estrena vestido, ha estado durante meses recopilando en un bote de cristal todos los pétalos muertos que cayeron de las flores, de cada una de ellas. Las ha secado al sol y se ha pasado toda la noche cosiendo cada pétalo. Esta radiante, es una gran flor, algo mustia, dice, pero hermosa. Camina despacio observando cada balcón de la ciudad, no todos están poblados por flores, pero a los que tienen un hermoso jardín los fotografía. Noah tiene infinitas fotos, su casa apenas tiene luz, y todas las flores acaban muriéndose, por eso en uno de los cuartos oscuros de su casa revela cada fotografía que ha sacado durante su paseo hasta el parque y las pega en la pared formando así su preciado jardín particular.
Ella siempre se sienta en el segundo banco situado justo enfrente de la vieja iglesia románica que se está cayendo a trozos, el sol le molesta, le hace llorar los ojos, por eso se sienta en aquel banco del parque donde el sol no alcanza con sus rayos.
Noah ha dejado su bastón apoyado en un lado del banco, el hombre que está tirado en el suelo, parece que no se mueve, lleva observándolo desde la lejanía, no pensaba que tendría visita aquella tarde, normalmente la gente sale de su cueva para dormirse bajo el sol, por eso le ha extrañado la presencia de aquel hombre tumbado en el suelo cerca del banco donde ella se sienta cada día. Ha pegado un pequeño soplido en el suelo para apartar las diminutas piedras, se ha sentado cerca de el, acariciando su pelo con la mano, le mira fijamente a los ojos cerrados, parece dormido, apenas respira, pero su cuerpo permanece caliente, tiene un pequeño golpe cerca de la sien, esta adquiriendo un color verdoso, ella le sigue acariciando recorre con los dedos su rostro, como si dibujará sobre su piel, tiene los labios secos y arrugados. Noah está hipnotizada como si nunca hubiera visto una criatura semejante. Han pasado las horas, el sol parece que ha decidido marcharse, él está abriendo los ojos, se siente extraño, está semiconsciente.